El día 2 de octubre se celebra el Día Internacional de la no-violencia, ya que ese día nació uno de sus máximos defensores, el Mahatma Gandhi.
La no-violencia es la metodología de acción del pacifismo, por tanto, la mejor herramienta para la liberación del sufrimiento social. La no-violencia trabaja con el “vacío”, impulsando la denuncia, el repudio, la no cooperación con la violencia y, por último, la desobediencia civil frente a la injusticia institucionalizada. La resistencia no violenta, acción no violenta o no violencia activa es una táctica de protesta relacionada con la desobediencia civil, que propugna el logro de un cambio político, social y cultural revolucionario, sin necesidad del empleo de la violencia. Se origina en la experiencia del movimiento de independencia indio y las enseñanzas de Gandhi (que él designaba como Satyagraha), quien a su vez se inspiró en León Tolstoi y Henry D. Thoreau. Después de Gandhi, la no-violencia fue adoptada como método de lucha por Martin Luther King y el movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos, por el movimiento pacifista contra la guerra de Vietnam, por la llamada «Revolución de los claveles» portuguesa de 1974, por Lech Wałęsa y su sindicato Solidaridad y, recientemente, por movimientos como el 15M o Occupy Wall Street. El movimiento feminista ha sido y es un ejemplo de acción no-violenta. Este convencimiento de la no-violencia como el camino para conseguir una sociedad mejor quedó patente en el Manifiesto por la neutralidad en la 1ª guerra mundial, que firmaron 12 millones de mujeres, la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, Mujeres de Negro contra las guerras, además de algunas mujeres que por su liderazgo en la defensa de la no-violencia y el pacifismo han recibido el Premio Nobel de la Paz.
En general, cuando se habla de violencia, se entiende, sobre todo, la violencia física. Pero hay también una violencia racial, una violencia patriarcal contra las mujeres y una violencia sexual, una violencia religiosa, una violencia psicológica y una violencia económica. Esta última es madre de muchas otras formas de violencia y es muy intensa en el mundo de hoy, se da cuando a la gente se le somete a fuertes situaciones de necesidad material para obligarla a aceptar empleos mal pagados, precarios e incluso, a veces, semi-esclavos. También se da cuando la mayoría de los recursos y la riqueza se concentran desmesuradamente en pocas manos.
Para acabar con la violencia económica se han formulado y puesto en marcha numerosas propuestas. Pero una de las mejores es la renta básica incondicional (RBI). ¿Por qué?, por varias razones, a saber: – porque, al ser un ingreso suficiente que se otorga a todo ser humano, sin ninguna condición, acabaría con la pobreza de un día para otro; – porque redistribuiría la riqueza, ya que al financiarse gracias a un sistema fiscal progresivo, en el que los más ricos y las rentas del capital pagarían el grueso de la puesta en marcha de la RBI, muchos recursos económicos serían transferidos desde los sectores más pudientes a los más débiles; – porque, al ser incondicional y para siempre, permitiría simultanear esta renta básica con ingresos provenientes de otras actividades laborales y productivas, sin perder la RBI; – porque aumentaría el poder de negociación de los y las postulantes de empleo, quienes, al disponer de un medio suficiente de vida, no se verían obligados a aceptar cualquier tipo de trabajo, por miedo a caer en la pobreza; – porque permitiría mucha más libertad a las personas, ya que, al liberarlas del yugo de la supervivencia, éstas podrían plantearse el propósito de su vida y la vocación a la que dedicar sus mejores energías.
Hoy en día es perfectamente posible otorgar una RBI a todos los seres humanos, pues, en los últimos 40 años, la tecnología ha duplicado la existencia de bienes por persona y está aumentando exponencialmente la producción de riqueza. Si esto no se hace, es porque no hay suficiente demanda social que lo exija, ya que muchas personas son todavía presas de prejuicios muy arraigados, como el de que la subsistencia implica necesariamente sacrificio y esfuerzo, o el de que quienes aspiran a recibir un subsidio sin hacer nada son «vagos» y «estafadores». Debemos saber que «por cuanto la sociedad, no el Estado, es la productora de bienes, la propiedad de los medios de producción debe, coherentemente, ser social». El progreso humano, acumulado por miles de generaciones humanas a lo largo de la historia, es un producto social, porque ha sido creado por la colaboración y el trabajo conjunto de miles de millones de personas. Y por lo tanto, sus frutos deben poder gozarlos todos los miembros de nuestra sociedad.